Quiste de Tarlov y disfunción vesical sintomática

Mujer de 53 años de edad sin antecedentes relevantes de interés, salvo un leve traumatismo sacro a los 9 años de edad, que es remitida a nuestras consultas por un cuadro clínico de 7 meses de evolución con molestias en hipogastrio, urgencia y frecuencia miccional que no responde a tratamiento farmacológico, precisando en ese momento la paciente derivados opiáceos y ansiolíticos para mitigar los síntomas.

La exploración física, incluyendo evaluación ginecológica, así como hemograma, bioquímica, urocultivo y citología de orina fueron normales. Tampoco se encontraron anomalías en la urografía intravenosa ni en el estudio urodinámico. Finalmente una RMN lumbosacra mostró la presencia de una lesión quística perineural extradural de 30x20x20 mm localizada a nivel de la segunda raíz sacra izquierda (S2) (Fig. 1). Una posterior radiculografía mostró una mínima comunicación del quiste con el saco dural.

Con el diagnóstico final de un quiste de Tarlov a nivel de S2, la paciente se remite al Servicio de Neurocirugía para intervención quirúrgica. La cirugía consistió en una laminectomía sacra, apertura del quiste, descompresión de la raíz sacra (S2) y recomposición de S3 con duramadre liofilizada y sellado de la cavidad quística con tejido subcutáneo.

A los 5 años de la cirugía la paciente presenta ausencia del dolor y una dramática reducción de su sintomatología urinaria con una importante mejoría en su calidad de vida.

Discusión

Este tipo de lesiones quísticas perineurales fueron descritas inicialmente por Tarlov en 1938 como hallazgos incidentales en autopsias. Desde entonces menos de 100 casos con relevancia clínica han sido publicados en la literatura2. Aunque su etiología es incierta, actualmente se han postulado los microtraumatismos a nivel lumbosacro como un posible factor de riesgo. En nuestro caso la paciente relata el antecedente de un traumatismo sacro no grave a los 9 años de edad.

Generalmente se tratan de lesiones asintomáticas carentes de relevancia clínica, descubiertas incidentalmente en estudios radiológicos y por lo tanto que no precisan tratamiento. En los infrecuentes casos con manifestaciones clínicas, los signos y síntomas, así como los hallazgos neurológicos, dependen de cuál o cuáles sean las raíces nerviosas sacras o coccígeas comprometidas por la lesión quística. Así, pueden cursar con dolor, parestesias, hipostesias y trastornos motores, tanto a nivel de extremidades inferiores como áreas genital, perineal o lumbosacra. En nuestro caso el hecho de que sólo existiese un trastorno miccional como única manifestación, lo hace todavía más infrecuente siendo su diagnóstico difícil si no existe una sospecha previa. Sin embargo y a pesar de su baja incidencia, debería considerarse en el diagnóstico diferencial sobre todo en mujeres que presentan dolor lumbosacro o radiculopatía asociados a los síntomas urinarios.

Tanto la TAC como la RMN son excelentes métodos de estudio que permiten detectar masas espinales extradurales. La mielografía lumbosacra seguida de la TAC, permiten diagnosticar este tipo de lesiones y diferenciarlas de otras lesiones espinales3.

Así como existe un consenso en cuanto a que las lesiones asintomáticas no precisan tratamiento, es más controvertida la decisión de cuáles son los pacientes con quistes sintomáticos que deberían ser tratados. Aquellos pacientes con lesiones menores a 1,5 cm y sin síntomas de radiculopatía apenas experimentan beneficios con el tratamiento quirúrgico. Los mejores resultados se obtienen en aquellos pacientes con lesiones mayores de 1,5 cm y síntomas radiculares, disfunciones vesicales o intestinales2. En nuestro caso se trataba de un quiste de 3 cm que mejoró de modo espectacular tras la cirugía. La aspiración percutánea no es recomendable no sólo por el escaso beneficio obtenido, sino además por el riesgo de sangrado o infección con el consiguiente empeoramiento de los síntomas. El tratamiento con cirugía abierta constituye el tratamiento de elección.

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